Digresiones sobre la lectura
Nos morimos sin saber lo que hemos vivido
Milan Kundera
Pretendo compartir con ustedes una serie de reflexiones que las pasadas vacaciones me inspiraron sobre la lectura. No pretendo pontificar o adoctrinar sobre lo que la lectura debe o no debe ser, sobre su conveniencia u obsolescencia, simplemente quiero compartir mi perspectiva, por lo que no es necesario que se lea todo este documento o que se lea en el orden convencional, bien pueden omitir párrafos o seleccionarlos al azar.
Entre los promotores de lectura se maneja mucho la idea que no es el lector quien elije un libro, es el libro el que elige al lector (las personas dejan de ser tales para transformarse en parte de un esotérico clan de obsesos). Esto tiene una buena parte de romanticismo, implica una voluntad subyacente en el conocimiento el cual opta por unos u otros individuos a partir de obscuros designios, y por lo tanto, no importa que tan despistado pueda estar uno al momento de acercarse a un estante librero, a final de cuentas el libro lo rescatará a uno, y trágicamente, sin importar las mejores intenciones o los más sesudos análisis de un individuo, si un bodrio como ‘Entre la Gloria y el infierno’ lo elige, lo tendrá que consumir. Esta predestinación cognitiva es simpática como idea, pero fatal para los lectores neófitos, que al ser elegidos por ‘Madera de Boj’ de Cela o por un texto de Hegel, pensarán que los libros los odian.
Los libros tienen muchas lecturas, no es como el pañuelo higiénico desechable, que una vez que lo saturaste de desechos nasales, no te queda otra que tirarlo a la basura o tener que pringar los dedos. Un libro se puede leer dos, tres o más veces, no porque sea conveniente aprender de memoria cada palabra y signo de puntuación, sino porque las personas cambian y lo que cambia, más allá de sus características físicas y situación emocional, es el conjunto de conceptos a través los cuales aprehende su realidad. En la medida que un individuo se regala nuevos conceptos diversifica sus campos de interés y se cultiva, se permite enriquecer su pensamiento y su saber, cuando retoma un libro y no siente que como en el juego de mesa llamado Maratón, la ignorancia va avanzando a una velocidad endemoniada, sino que puede asimilar mensajes que otrora parecieron indescifrables o deleznables, y además descubre que esos mensajes son bellos, interesantes o fundamentales del libro, entonces se apropia de otro pedazo de su enorme herencia cultural.
Dice el maestro Garrido que leer no es algo importante en la vida, es de lo más importante que se pueda hacer en esta vida. La lectura es divertida, es recreativa, permite crear de nuevo el mundo que nos rodea y constituirlo de acuerdo con nuestras exigencias. Peligroso, sí, fuente de inspiración de dictadores, pero fundamental para aquellos que anhelan tener control sobre su destino. Pocos gestos tan generosos, como regalarle una lectura en voz alta a aquellos a los que amamos.
La poesía es algo cursi, que los enamorados buscan y no pocos creen poder producir cuando están bajo los influjos de Eros. Otros opinan que es incomprensible y aburrida, sobre todo si es más o menos contemporánea. Peor si el lector pertenece al género masculino, entonces no cualquiera profesa en público su dilección poética. Pero no saben de lo que se pierden si no han leído a Kavafis, a Elytis, a Cernuda, Sabines, Huerta, Pellicer, por mencionar algunos de los poetas recientes que nos han legado un acervo sonoro y pletórico de bellas figuras verbales. Y perdón pido a los poetas por tan pobre descripción de sus acabados productos.
La historia, simplemente por ser historia, es aburrida. Si buscas en un diccionario de sinónimos el sinónimo de aburrimiento, historia debe estar contenida en la lista de opciones. Esto de seguro lo afirman personas que jamás, pero jamás han leído a un autor mexicano, desaparecido tempranamente, pero prolífico y extraordinario en su quehacer literario: Jorge Ibargüengoitia simplemente por curiosidad inicien la lectura de ‘Los Relámpagos de Agosto’, o de ‘Los pasos de López’, prueben leer ‘Maten al León’ o si de plano les gusta la nota roja, intenten ‘Las muertas’ (si no les gusta la nota roja, de cualquier manera lean este libro) y luego me platican. No les digo qué les pasaría, porque si no sucede, luego me reclaman, pero eso sucederá en el menor número de ocasiones, lo más probable es que una vez que lean uno de esos libros, buscarán como quien busca agua en el desierto, los otros títulos aquí citados.
La gente que no lee es feliz. Lo dijo nuestro Presidente de la República y probablemente ustedes ya leyeron sobre ese incidente, aunque considerando que la lectura es algo que sucede poco en nuestro país, igual y esto les resulta novedoso. Después de todo el Presidente tiene razón, quien no lee es feliz: no se cuestiona sobre el origen del mundo, no se preocupa por los designios, claros u obscuros, de Dios, los avances de la tecnología no le inquietan, la historia le resulta ajena y las culturas de otros países probablemente ni siquiera existan para esta persona (o persono, dirían en los medios oficiales), no sufre con los dramas de personas que ni existieron, sólo en una novela, no experimenta un crecimiento en sus capacidades intelectuales y por lo tanto es difícil exigirles más. Son definitivamente felices, como dice Rudesindo Caldeira y Escobilla, “‘dito Dios”.