viernes, agosto 18, 2006

Bitácora del Heliotropo

Atracando en puerto desconocido

Desde la terraza la realeza observa con curiosidad, con desdén, quizá con temor al Heliotropo que atraca en el puerto mercante.

Los sirvientes de los mercaderes abordan la mítica nave y descargan de su interior misteriosas mercancías, que despiertan el júbilo y el sobresalto de la gente que se topa con la caravana de maravillas.

La máxima autoridad de la isla no refleja emoción reconocible en su rostro. Sabe que quien comanda la nave no hará su aparición, sino hasta que las multitudes se hayan disipado y la cubierta del Heliotropo sirva de plataforma desde la cual proyecte su personalidad sobre la ciudad. La paciencia majestuosa es su don y aguarda ese momento, mientras acaricia su paladar con un vino joven.

Hastiados nobles y plebeyos de los efectos de la novedad se retiran a sus respectivos asuntos y la terraza está desierta, excepto por una persona que otea el puerto sin cesar, mismo que como espejo, no contiene más almas que la del capitán del Heliotropo. Calipso desciende de la nave, espléndida, mientras Odiseo se dirige a la escalinata que conduce a la playa.